viernes, 29 de junio de 2007

¡Pobre Leoncio!

Estos días se contempla a Saturno muy cerca de Venus y, ambos, a la vera de Regulus, el pecho del león. O su corazón, según dicen algunos melancólicos. El caso es que la Luna, que lleva prisa, adelantó a los tres y, después de circular unos días por el carril, decidió dejar la eclíptica y se marchó al sur, cerca de Júpiter, que debe darle lo que no pudo o no quiso darle el león.
Entonces, aquellos dos planetas, bien despechados o bien por connatural afinidad, han decidido estrechar sus lazos y tienen intención de aproximarse… ¡menos de un grado! Unos dicen que han empezado una relación semiincestuosa; otros, que maquinan un complot contra el león. No se sabe con certeza.
Es bien sabido que, desde que el hombre es hombre, el corazón del león ha permanecido ensartado al collar zodiacal, la elipse momentáneamente salpicada de animales, hermanos, vírgenes y artilugios. Muchos se empeñan en decir que la eclíptica es invisible. Pero yo la he visto. Si quieres imaginarla, piensa en una brecha surcando en diagonal tu pecho.

Pero, bien pensado, sí debe ser invisible. Las cosas más fuertes son siempre las invisibles, y no cabe duda de que el león está fuertemente atenazado. Es cierto que se trata de su punto más vulnerable, Regulus, su pecho, su orgullo, su corazón, su quilla vital, su maltrecha dignidad.
De nada le sirve tanta petulancia. Solo en ciertas ocasiones tiene permitido pivotar ligeramente; un amago de vuelta, vamos, y esto quizá no sea más que un efecto óptico.
Pero poco importa si se trata o no de un efecto. Es el único modo que tiene el león de mantener viva su ilusión. Se limita a dar vueltas, ruge y grita, pero no se suelta. Quizá tampoco lo desea. Sigue zumbando, sigue piafando con su música celestial. Si quieres oírla, aquieta el cuerpo, aquieta el espíritu y obsérvalo con atención. El gemido es claramente perceptible en afueras, alcores y azoteas.