miércoles, 11 de junio de 2008

Fuera de aquí

Tengo la impresión de que, para muchas personas, la Red, la gran Telaraña mundial, lo es casi todo. «Lo que no se publica, lo que no se ve a través del navegador, no existe», parece ser la nueva filosofía. Pero, claro, eso ni es filosofía ni es nada. Es baratura.

Para mí la Red es un tejido basto y sin demasiados matices. Los colores son más bien apagados, tirando a digitales. Hay inflorescencias, sí, pero todas quedan entre el cero y el uno, y no acaban de convencer. Existen intentos muy loables y tiernos de mostrar al prójimo nuestro hígado, corazón o testículos fileteados, pero no acaba de ser igual que en una pescadería. Existen aproximaciones nada desdeñables al conocimiento, pero llevo ya diez monitores estropeados al golpearlos con el dedo índice tras leer una cita brillante o enojosa, algo que no pasa con la pasta de celulosa.

Así pues, reclamo un humilde reconocimiento a los miles y millones de personas que, aún teniendo maravillosas begonias tricolores, unicornios domésticos, racimos de gemelos sonrientes, pequeñitos y con pecas, docenas de ideas estupendas y perfiles nunca vistos en pantalla, viven apaciblemente en su mundo no electrónico; personas rodeadas de cables pero que no se meten por ellos como hacemos algunos; congéneres hermosos y más que interesantes que nunca pondrán un comentario en ningún diario cibernético. Porque hay algo más allá, que no se puede ponderar al estar en otra dimensión. Fuera de aquí.