lunes, 29 de diciembre de 2008

Y, sin embargo...


A principios del siglo XVII, Galileo Galilei se encuentra envuelto en un largo y engorroso proceso del que solo consigue librarse declarando en contra de las leyes de la naturaleza. Sin embargo, Ío y Ganímedes se movían, y lo siguen haciendo, alrededor de Júpiter; la Luna, alrededor de la Tierra, y esta, junto con otros muchos, alrededor del Sol. A la gravitación universal no parecen importarle las cuitas de los habitantes de aquí abajo.

A comienzos del siglo XXI, los cuatro poderes (los tres consabidos más el mediático) tratan de convencer a la sociedad de que la clave de la solución al terrorismo etarra pasa ineludiblemente por una declaración de su brazo político en contra de los atentados. Sin embargo, los niños vascos siguen aprendiendo las directrices nacionalistas en sus ikastolas; los jóvenes vascos siguen percibiendo cuantiosas ayudas y subvenciones para mil y una actividades «culturales»; las instancias educativas siguen actuando en dirección centrífuga y muy bien planificada; la «normalización» lingüística prosigue con su tendencia arrolladora, y, por un proceso imparable que recuerda por su constancia e imbatibilidad a la ley gravitatoria, van cediéndose una tras otra las pocas atribuciones que aún conserva el Estado.

De nada le sirvió a don Bernardo (en la foto mostrando su incredulidad al espabilado astrónomo) obligar al Sr. Galilei a declarar en contra de las leyes planetarias. Como de nada sirve tratar de forzar unas declaraciones que resultarían por completo inertes, inútiles, ineficaces. Las leyes impepinables de la fragmentación del Estado español llevan en marcha muchos años ya y nada puede detenerlas, como tampoco puede detenerse el movimiento de la Tierra alrededor del Sol.

jueves, 11 de diciembre de 2008

Precipicio

Al pasar por la calle José del Río, en Carabanchel (Madrid) constato con estupor cómo varios obreros trabajan en lo alto de un edificio en obras, fijando unos elementos en el techado. Dos datos: el techado está a una altura de unos veinte metros y tiene una inclinación de más de 45 grados. Hay tres, todos sin arnés. Cuando hago la foto solo veo uno, como se puede apreciar si se aumenta.

Inmediatamente me acerco a la obra y le digo al encargado que no deben trabajar así los obreros, que hay que ponerse arnés. Me mira sorprendido con cara burlona y me dice: «¡Anda, chaval, no me toques los cojones y vete a tu oficinita.» Cabizbajo y compungido, me dirigo a la comisaría de policía municipal de Carabanchel, denuncio el caso pero apenas me escuchan. Están hablando de un tal Bernardo, un tipo rubio alemán que sale en todos los periódicos. Un becario me dice que tengo derecho a presentar una denuncia, para lo que debo rellenar no sé qué papeles y... me largo. Me dirijo sin más dilación al Congreso, pillo a Soraya de casualidad y le cuento el caso: «¡Ciudadano, está usted en lo cierto, convengamos en que ZP es un sinvergüenza!» Bueno, yo no quería decir exactamente eso... me acerco a la viceministra Fernández, le repito la historia: «La presidenta Aguirre es la causante de todas esas muertes, no me cabe la menor duda.» ¡Pero si esto es del municipio!, pienso yo... Me acerco a Durán, que parece razonable: «¡Esto en Catalunya no pasa, ¿eh? Sois un poco tercermundistes, ¿eh?»

Me vuelvo al barrio. Me cruzo con Antonio, un medio alcohólico que fue albañil en su juventud. «Mira chaval, siempre hemos trabajado sin arnés y no hay que armar tanto revuelo. Eso son los periodistas, que a veces tienen que sacar noticias.» Yo ni siquiera me he planteado acudir al cuarto poder, perdida por completo la poca confianza que tenía en él. Aunque quizá en el ABC... No, acepto la invitación de Antonio y me tomo dos Sol y sombra de rechupete. Hoy voy a trabajar de lo lindo.