jueves, 12 de febrero de 2009

La oveja negra

  1. Los padres dejaron de prestar la atención debida a la vida escolar de sus hijos, y casi nadie pensó que eso fuera un problema.
  2. En pocos años, desapareció casi por completo la capacidad de esfuerzo lectivo. La causa: la degradación sistemática a que se vieron sometidas palabras como abnegación, superación o empeño. Y el contento fue generalizado: «¡Vida lectiva sexual libre! ¡Imaginación al pupitre, libros a la hoguera!»
  3. A los profesores (y a los padres) se les retiró, voluntaria o involuntariamente, buena parte de su autoridad, se relativizó su papel de maestro o tutor y los niños no dudaron un momento en ascender por las escalinatas que veían ahora francas. Les costó poco, eran escaleras mecánicas. Como pocos fueron los que se alarmaron.
  4. A consecuencia de lo anterior, se invirtieron los papeles y los profesores pasaron a ser los malos del drama o, cuando menos, los sospechosos. Ante un pleito cualquiera, el profesor era de entrada el culpable. Nadie prestó atención.
  5. A la crónica falta de titulaciones adecuadas para ejercer la profesión docente en secundaria se unió la falta casi generalizada de auténticas vocaciones, principalmente en secundaria, pero también en primaria. La profesión se convertía en una más de las muchas «salidas» en la función pública. Un examen y listos para vivir «con calidad de vida». Y a nadie alarmó un pragmatismo tan contrario al código deontológico.
  6. El desinterés, la desmotivación, la falta de atención y, lo que es peor, la incapacidad de prestar atención en clase se extendieron hasta unos extremos que resultan difíciles de creer. Y no se sabe si esto último es una disculpa o un estúpido pecado. Pero, de nuevo, miramos a otro lado. A nuestro próximo viaje a Estambul, por ejemplo.
  7. La primera y más importante de las leyes educativas aprobadas hasta ahora trataba de erradicar las repeticiones de cursos y planteaba la promoción automática. Las repeticiones, que se suponían dañinas para el entorno social del alumno, pasaron a convertirse en esporádicas, y las aulas empezaron a llenarse de chavales con un nivel lectivo muy inferior al supuesto. A nadie le importó.
  8. Todas las leyes educativas de la LOGSE en adelante pasaron a convertirse en un ariete con el que se trataba de vencer al adversario en la arena política. Se planteaban temas muy diversos, desde los más profundos a los más estúpidos, con el único afán de vencer al contrario. Nadie pensó en la educación de los chavales. Casi nadie lloró.
  9. Consecuencia de las muy bien estudiadas políticas educativas nacionalistas, se hicieron mil y una tropelías con el fin de adaptar los contenidos de las asignaturas en «satisfactoriamente aptos» desde el punto de vista nacionalista. Hasta en asignaturas tan aparentemente neutras como Tecnología llegó el cáncer. Y casi todos se sintieron satisfechos, pensando que era un adelanto: «¡Y a mi hijo qué le importan los afluentes del Ebro, con lo bonito y reluciente que es el Guadiamar de mi pueblo!» ¡Oh!
  10. El idioma común es uno de los pocos tesoros culturales de los que quizá podemos sentirnos orgullosos. Es bien sabido que anda maltrecho de un tiempo a esta parte por muy diversos motivos, siendo uno de ellos la desidia generalizada que lo ha dejado en manos de la bien pertrechada infantería periodística, dispuesta a destrozarlo casi por completo. Pero, además, fue colocado en las aulas en una posición claramente secundaria respecto a otras lenguas, de modo que dejó de ser la lengua vehicular para millones de niños. Lo primero no importó a nadie; lo segundo alegró enormemente a muchos y provocó tímidas y dispersas protestas en unos cuantos.
  11. Con la arribada masiva y en tropel, como suele suceder casi todo en esta tierra, de millones de inmigrantes, nadie pensó que, aparte de a trabajar, venían a vivir. Miles y miles de niños y adolescentes con competencias educativas dispares, desde analfabetos hasta desconocedores absolutos del idioma de acogida, se incorporaron a las aulas siguiendo el principio bien marcado en la ley: «Cada uno se instale en el curso acorde a su edad», no a su nivel educativo. Como no podía ser menos, el nivel medio bajó, y más de lo que se piensa. Pero casi nadie prestó atención.
  12. Una hora de semana lectiva, planteada por una ley nonata, en una asignatura frustrada, Sociedad, Cultura y Religión, fue en su día causa de la movilización de cientos de miles de personas. Al mismo tiempo, y de modo recurrente, una hora lectiva semanal en la asignatura de Religión (que no Catecismo) se convierte igualmente de forma periódica en cuestión de vida o muerte escolar para una multitud de personas. Los que no ven nada grave ni preocupante en el párrafo 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10, 11 ni en otros que seguro pueden añadirse, sí lo ven, sin embargo, en esa dichosa hora lectiva a la semana de una asignatura que se desconoce, pero cuya palabra se odia.
Y nunca salió nada bueno del odio.