martes, 15 de diciembre de 2009

Feathers


Ha salido de casa dando tumbos. Se chocaba contra las paredes escaleras abajo el muy atontado. Ya en la calle, va con una pose algo estúpida, con la mano agarrada al costado, justo por debajo del hombro izquierdo.
-¿Por qué vas así? -le ha preguntado un vecino con el que habla a veces.
-Me duele mucho -ha respondido, y ha apretado la mano, muy crispada.
-¡A ver, quita!
-¿Qué haces? ¡Déjame en paz!
-¡Quita, he dicho! -le ha apartado la mano, ha metido la suya con decisión, ha penetrado en la carne y ha sacado una víscera latiente y algo asquerosa- Creo que esto no te servía de nada: ¿ves? Tiene pústulas. Creo que lo has usado fatal.
-¿Yo? ¿Qué dices...?
-¡Bah, esto no te servía para nada! No lo has sabido usar -y ha lanzado con fuerza la carne en dirección al parque. En seguida han aparecido unas cuantas urracas y se han repartido el botín. -No tengas miedo, simplón. Puedes vivir perfectamente sin eso. ¿Ves? ¡Ya ha cerrado la herida!
Ha aprendido que puede vivir sin algo que consideraba muy necesario.
Ahora bien, sin la brújula, no parece saber dónde ir. Pero sigue por la calle; no se le ve muy inseguro, creo que lo está superando.

Pero... ¡este hombre es estúpido! Ahora se lleva la mano al cuello como si le faltara el aire. Vaya, menos mal, se acerca alguien muy conocido.
-¿Qué haces, por qué vas así?
-Me falta el aire, no puedo respirar bien -ha balbucido torpemente y como para dar pena.
-¡Venga, simplón, no digas tontadas! ¿Qué es eso de que te falta el aire?
-No puedo, no puedo...
-¡Claro que puedes! -ni corto ni perezoso, ha cogido un trapo del suelo, ha hecho una bola compacta y la ha introducido por su boca, bien adentro, hasta el fondo. Al principio se ha asustado bastante, pero, tras el colapso inicial, ha comprendido que el cuerpo se reajusta y puede recuperar cierta normalidad. -¿Ves, no te lo decía yo? ¡Claro que puedes! ¡Si eso no te hacía falta! Pues anda que no hay gente así.
Se le ha quedado mirando aterrado durante unos segundos, pero después, al darse cuenta de que no era para tanto, ha continuado la marcha, algo cargado de espaldas, eso sí.
Va hacia abajo; recuerdo haberle oído decir que le tranquilizan las gaviotas transeúntes posadas sobre el río en algunos días de invierno. En el camino ha ido practicando unos sonidos guturales parecidos a un vocabulario, con lo que parece que está decidido a poder comunicarse. ¡Ya sabía yo que no era para tanto! Esto va muy bien. :)

Bajo el puente, junto al río, no ha visto que había un grupo alrededor de una mugrienta fogata.
-¡Eh, tú! ¡Ven! -andan todos secándose las plumas de las alas: este las tiene negruzcas, aquel empapadas, a este otro le falta la mitad... -acércate y enséñanos lo que tienes, anda.
Ha intentado darles esquinazo, pero le han rodeado y, casi sin darse cuenta, le han quitado la ropa de arriba. A su espalda, agazapadas, asoman tímidas dos alitas blancas, relucientes; han palpitado levemente, creando una brisa que, solo por un segundo, ha parecido hacer dudar a los merodeadores. Por cierto... ¡este mamón tiene unas alitas muy monas!
-Vas a compartir tus plumas con nosotros, ¿verdad, amigo? Nos vienen de perlas. Anda, ven aquí...
Le están acorralando y se está acercando de espaldas a la fogata, el muy torpe. ¡Vaya por Dios, se está chamuscando...! Mal, lo ha hecho fatal... se le han quemado todas.
-¡Tú te lo has buscado, estúpido! -le han dejado partir.
Se ha quedado atónito tras una breve mirada de reojo a sus arruinadas extremidades (dicho sea de paso, así de desplumadas quedan un poco ridículas; me recuerdan unas alitas de pollo del supermercado).

Se apoya en el pretil del río... no puede llorar; tampoco parece suspirar. Le noto una ligera intención... sí, está intentando aletear, pero con muy poca convicción. No, perdón, no era un aleteo, era el viento que movía sus apéndices.