jueves, 10 de junio de 2010

Periquillo, o el niño elefante (II)

Vuelvo del Eroski arrastrándome por la calle y paso inadvertidamente junto a Periquillo. Apenas puedo tirar de las bolsas, pesan una enormidad.

–Me pregunto qué haces restregándote por el suelo, cansino, más que cansino.

–Disfrutas con el mal ajeno, eres cruel conmigo.

Nada de eso, solo creo que estás exagerando un poco. Quizá tu pedante afición a la ópera te está escorando hacia lo trágico...

–¿Pedante...? No respetas nada, no me extraña que... –me callo para no liar más la cosa.

Badulaque, el dolor es lo que más se ha representado, desde siempre, en todas sus formas posibles. ¿Piensas que estás descubriendo una nueva galaxia? Pues no: estás cayendo una y otra vez en una sarta de lugares comunes más bien aburridos. –Y me sacó la lengua sin venir a cuento. Pensaba que Periquillo no tenía lengua, pero sí, tiene una color arcilla.

Me siento fatal contigo...

Cretino, lee un poco y aprenderás con suerte algunas cosas. Saca de mi cartera el trabajo que tenía preparado para clase de Ética y convivencia cívica. –le obedezco como un autómata, saco el cuaderno y leo.

Los poetas del pasado han cimentado su fama sobre una falsedad imperdonable: no era el dolor lo que realmente les preocupaba, no. Era el amor al propio dolor, el solazamiento en el propio "sentimiento" lo que querían mostrar al mundo como una especie de mono de feria: ¡Miren, miren mi corazón cómo se retuerce y contorsiona, cómo salta, cómo echa chispas, cómo se estira, se rompe y despedaza, cómo se reconstituye de nuevo, cómo se encoje y se estira, cómo hace todo eso para mayor gloria de su creador!

–Periquillo, creo que no tienes edad para decir estas cosas. Apenas las entiendo, no es normal que un chaval de tu edad ande metido en estos berenjenales...

–Y te diré una cosa más.–me interrumpe sin permitirme seguir– Pienso que tienes un enfoque demasiado conceptual de un montón de cosas. Pero las cosas no son conceptos, son solo eso: cosas. La amistad, la familia, el amor, el trabajo, no son esas ideas maravillosas que te has forjado de ellos a lo largo de tus aburridos años de vida absurda, son solo eso: familia, trabajo amor, amistad. No le busques tres pies al gato, cretino.

–Me estás cargando, Periquillo. No tienes ni idea de mí, no sabes ni lo que soy ni lo que puedo llegar a ser, ni lo que estoy dispuesto a hacer...

¡Qué cara tienes, sinvergüenza! ¡Pero qué jeta!

¿Yo...? ¿Qué dices? ¿Por qué?

¿Qué estás dispuesto a hacer, botarate? Te cuento: muerta Eurídice, Orfeo quedó sumido en tal estado de melancolía que decidió bajar con su lira a los mismos infiernos. Eso es amor. Sigo: amansó al perro rabioso, anuló el poder de tantos y tantos espíritus demoníacos, deleitó melodiosamente a Perséfone y convenció a Hades, algo inaudito, excepcional, para sacar a su amada de lo oscuro. Eso es currárselo. Mientras tanto, tú, ¿qué haces?

Vengo a verte en busca de alguna pista, algún ánimo, algún reposo…

Está bien, te diré algo: "Nada se conserva, todo se transforma."

Eso ya lo sé, Pedrillo, las nociones de física las conozco someramente.

Ya, bueno, espera: salía Orfeo sin dar crédito a lo que había conseguido cuando, a punto de pisar la luz… volvió la mirada… y perdió a Eurídice para siempre. La ansiedad le traicionó, amigo. La ansiedad quizá tenga que ver con “taking things for granted”, como dicen los guiris, o quizá no…

¡Qué horror!

Sí, bueno, según se mire. Volvió a Tracia, y allí pasó sus peores momentos. Aunque dicen que no fue para tanto. De hecho, no parece muy triste el aria de Gluck. Ya te lo he dicho, vuestro lirismo lacrimoso solo muestra lo que disfrutáis enseñando al mundo vuestras "penas", a menudo con una buena dosis de pragmatismo. No te engañes: lo único que buscaba Orfeo eran los aplausos, donde fuera, hasta en los infiernos. Yo creo que tenía un ego desmedido, como tantos y tantos "artistas" y "poetas". ¡Ja!, ¿qué te habías creído?


Continúa hablando:

–¿Te parece triste? Yo creo más bien que está haciendo una acrobacia sentimental para que le aplaudamos como bien merece: con lágrimas desgarradas. ¡Ja, ja, ja, es para partirse!

–Me estás dejando atónito, Pedrillo...

–Bueno, no te pongas así. El hombre sufrió una catársis; fíjate en lo que vería y oiría allá abajo: al poco tiempo fundó una especie de hermandad muy espiritual, con ritos y prácticas extrañas; entre otras cosas, se pasó al vegetarianismo. ¡Con lo rico que está el cordero! ¿Sabías que soy tunecino, verdad? Bueno, el caso es que murió a manos de un grupo de mujeres. Cortaron su cabeza y la tiraron al río junto a su lira... ambas llegaron a la isla de Lesbos, donde las enterraron.

–¡No, ahí no termina la cosa, estás haciendo trampa! Durante años y años salieron de la tumba unos cantos hermosos, etéreos, terribles. ¡El poder del espíritu, Periquillo, el poder del espíritu!

–Psé, debían ser los estertores de ese ego del que te he hablado; a veces se manifiesta incluso después de la muerte. Es el sueño dorado de todos los artistas, ¿no? Vivir después de la vida. Muchos parece que lo consiguen. En fin, me estás cansando, vete a casa, anda, tienes que meter eso en la nevera. Busca tu paz en el desierto, amigo. Y encuéntrame una cabeza, por favor.

Eso es todo, no he conseguido sacarle ni una palabra más. ¡Yo al desierto no pienso ir!

Al menos no en verano.