sábado, 25 de febrero de 2012

A buen tiempo, mala cara

Uno puede entender la afición de las clases trabajadoras por los días secos y soleados. A fin de cuentas, se disfruta más, especialmente con niños, abuelos y gente con poca movilidad. La lluvia lo hace todo más aparatoso, y el frío además lo hace incómodo. Lluvia y frío es una pesadilla que pocas veces se da por estas latitudes.

Estamos hartos de oírlo. Hasta el punto de que ya ni prestamos la más mínima atención. De nuevo un record: 2011, de lo más cálido y seco desde que se tienen registros; enero de 2012, igual de seco pero con un par de olas de frío, suficientes para que se elevaran las mismas plegarias de siempre por el advenimiento del "buen tiempo". ¿Buen tiempo? No, perdonen ustedes: tiempo seco y soleado, que no es lo mismo en absoluto.

Sigo la idea que expone Donald Cardwell en su estupenda Historia de la tecnología (Alianza, 1996): la riqueza de las naciones europeas del centro y del norte está en gran parte basada en la abundancia de recursos hídricos, algo de lo que no podemos presumir por aquí. Como siempre, es imposible (o mejor, infantil) pretender una cosa y la contraria al mismo tiempo. Queremos nieve cuando vamos a esquiar, pero ni hablar de ver un solo copo camino del trabajo; queremos que el campo esté "bonito", pero sin que caiga una gota de lluvia (está permitido que llueva mientras dormimos, según he oído alguna vez); que no falte el agua, pero eso sí, sin molestar, bien guardada en los embalses, sin que se desmande un ápice. Burguesitos finos es lo que somos; burguesitos finos.

Robert Henson, en su acongojante libro The Rough Guide to Climate Change (Rough Guides, 2008), se hace eco de la horrible ola de calor que descargó sobre Europa en 2003, que se llevó la vida de miles de personas. Seguramente ese tórrido verano hizo ver a muchas personas lo que puede llegar a significar un "verano extremadamente caluroso": ni atractivo ni sugerente, sino incómodo, insalubre, especialmente duro para las personas que no tienen medios para protegerse y para muchas especies que comparten planeta con nosotros y que no disponen de grifos, tomas de agua o aparatos de aire acondicionado. Mucha gente llegó a odiar ese tiempo tan seco y caluroso, al que no están acostumbrados. Yo también lo odio, pero me aguanto porque vivo a 40º de latitud norte. Sin embargo, pretender que el sol y el calor campen a sus anchas en enero, en noviembre, en navidades, en febrero, en abril... esto ya es demasiado, es más bien vicio.

Sé de un lugar con un cielo casi siempre limpio de nubes, con un sol que es protagonista absoluto, ya si, sin estorbo de ningún tipo. Un lugar que hace miles de años era una sabana y hoy es un paraje que muy pocos se atreven a habitar. Aunque también allí vive gente, por difícil que parezca. Lo tenemos muy cerca, aunque esa cercanía no parece suficiente para aprender la lección: el cielo y la tierra están íntimamente ligados; es imposible entender el uno sin el otro. Parece que esta lección de Primaria se nos olvidó cuando aprendimos a manejar los grifos, interruptores y botones regulables.

Un poquito de seriedad, señoras, señores. Bienvenidas las lluvias y los fríos boreales, bienvenidas las más recias borrascas de invierno. Los agricultores, los apicultores, los pastores y las gentes montaraces aceptan el frío y la lluvia con alegría y alivio. A fuerza de experiencia han comprendido el funcionamiento de algunos ciclos naturales, y al menos ellos saben que el agua buena viene de arriba, donde no hay tuberías, conducciones ni mangos de ducha, sino nubes, con suerte preñadas del mejor líquido que conozco: el agua.

*** *** ***
Comentario de Mecacholo (7 de marzo, 2012):

Mi querido amigo. Yo he experimentado un cambio sustancial al respecto: cuando vivía en Madrid, odiaba la lluvia a muerte: quería "buen tiempo" siempre, me sentía damnificado por la más mínima precipitación. Ahora, que vivo en un pueblo y la puerta de mi casa da a un camino de tierra, ahora precisamente que es cuando más me afecta en mi día a día el hecho de que el suelo tenga charcos, hielo o nieve, ahora es cuando disfruto de ver llover o nevar. Quizás me ayude a vivirlo así el hecho de que, junto a mi casa, hay una fuente que me cuenta cada día, con el caudal de sus chorros, cómo está el planeta. Y nunca ha estado peor que hoy.
Gracias.


Mecaholo, tus palabras pueden hacer reflexionar a muchos. Te entiendo perfectamente aunque yo vivo en la ciudad y no me toca directamente. El grifo sigue dando agua.

viernes, 24 de febrero de 2012

Tríadas de Döbereiner

Si, pasando los cuarenta
con muchachas lindas, tersas*
quieres jugar al amor,

 has de andarte con mil tientos
pues la senda está repleta
de mil traidores requiebros.

Un paso mal dado y ¡zas!
tus nalgas tocarán suelo
y estático quedarás.

Objeto del peor escarnio,
el íntimo, el personal,
puede que hasta se trastoque
esa capa fina y frágil,
esa gran desconocida
que llamamos dignidad.

*Atención a la diversidad sexual. Esta estrofa ha de sustituirse por la siguiente para el caso femenino:
con muy gallardos donceles