sábado, 21 de febrero de 2015

«Madre, ¿soy liberal?»


Dicho así, Irene puede recibir un buen sopapo en la boca, con mayor probabilidad si vive en algún país del sur europeo. Pero la niña (Irene tiene siete años) no tiene culpa de estar viviendo en el siglo XXI y vuelve a preguntar a su madre o padre, que la mira enfurecido…
El caso es que la personilla en cuestión lleva un tiempo fijándose en los paquetes y cartas que llegan a casa. Desde que tiene uso de razón lleva observando a unas señoras o señores que suelen vestir cierto uniforme y llevar un carrito amarillo, y que llegan a casa también en vehículos de color amarillo. Unas veces dejan las cartas o avisos en el buzón de casa, y otras llaman a la puerta para hacer la entrega en mano. Piden una firma y se marchan.
Aparte de estos señores, que llama “amarillos”, Irene se ha fijado en que también llaman a menudo a casa otros señores (esta vez casi siempre son señores), que casi siempre traen paquetes de diversos tamaños y formas. Utilizan furgonetas de tamaño intermedio y de colores, símbolos y letras muy variados, algunos muy bonitos. Piden una firma rápido, no importa de quién (Sofía piensa que podría firmar incluso el gato) y se marchan rapidito. A estos últimos, Irene los llama “azules”, porque ha visto en un documental que el planeta Mercurio, el mensajero de los dioses griegos, suele tener un tono azulado.
Irene se ha fijado en lo siguiente:
  • Los señores y señoras amarillos trabajan casi todos los días, por la mañana, a pie, en moto o en coche, y parecen tranquilos. El papá de su amigo Rubén trabaja ahí y le ha dicho a Irene que muchos días terminan el reparto a las doce o doce y media. A partir de ahí, no tienen nada importante que hacer, salvo esperar hasta la hora de cierre. Además, muchos días no van a trabajar porque tienen fiestas o asuntos privados que atender, o porque tienen vacaciones. La mayor parte de ellos son amables, aunque algunos son un poco antipáticos, pero también los hay muy simpáticos. 
  • A los señores azules no los ve Irene todos los días, pero le han dicho que también trabajan todos los días. Por lo que ella ve, siempre van con prisas, andan corriendo con las furgonetas de aquí para allá, y cuando llegan a casa también suelen subir y bajar rápido las escaleras. No son muy comunicativos, algunos parecen un poco antipáticos, pero piensa que quizá sea por las prisas. Además, muchos tienen la piel un poco más oscura que la de papá y mamá y tienen acento de países lejanos. Cuando sale a pasear por la tarde con mamá y papá, Irene ha visto a menudo señores azules en sus furgonetas, de acá para allá, siempre con sus paquetes a cuestas y normalmente con prisas.
Además de estas dos categorías de personas, Irene ha tenido que vivir, para su desgracia, la dura experiencia de visitar una oficina de trabajadores amarillos. Ha ido con su papá o mamá a recoger una carta o paquete certificado. Recuerda haber tenido que esperar un montón de tiempo, aunque no había mucha gente, hasta que les atendieran. Y cuando les llegó el turno, la mujer o el hombre amarillo no mostraba la más mínima compasión hacia ellos, como si esperar 45 minutos para recoger una carta fuera la cosa más natural del mundo y como si ninguna de las personas que esperaban en la cola tuviera cosas importantes que hacer. Con total parsimonia, la mujer o el hombre han desaparecido por un corredor y, al cabo de un buen rato, ha vuelto con el paquete. Ha pedido la firma y otros datos, y nos ha despachado secamente. Mientras tanto, ha visto a algunas empleadas y empleados amarillos salir y entrar de la oficina, con pinta de salir o llegar de hacer cosas suyas importantes. La verdad, a Irene no le gusta nada ir a este sitio, le parece irritante y triste.
En cambio, Irene nunca ha visto una oficina de trabajadores “azules”; solo un par de veces mamá ha tenido que llamar para saber cuándo iba a llegar un paquete, y la han atendido rápidamente. Además, la información que le han dado ha sido cierta. El paquete ha llegado cuando se lo han dicho.
Por lo demás, Irene y sus papás están muy contentos con el trabajo de los “amarillos” y de los “azules”, pero sobre todo con estos últimos, porque los primeros a veces traen documentos o notificaciones un poco tristes o desagradables, mientras que los segundos casi siempre traen cosas chulas, como aparatos electrónicos, libros, telas para mamá, juegos y cosas así. Y por lo que dicen los mayores, los paquetes tardan muy poco en llegar.
Recientemente, Irene se ha enterado de que la mayor parte de los trabajadores “amarillos” cobran del Estado y tienen un empleo “seguro y para toda la vida”, como recuerda haber oído hablar a su bisabuelo hace tiempo. Son gente, según ha oído, que ha sabido encontrar “la tan deseada calidad de vida”, aunque no entiende bien a qué se refieren. Por su parte, los trabajadores “azules” son empleados con contratos normalmente temporales, aunque Irene se da cuenta de que el envío de paquetería es un sector en auge, por lo que cree, espera y desea que los buenos trabajadores sepan mantener sus puestos de trabajo. Considera que esto es lo más justo y razonable.
Irene ha contado todas estas inquietudes a su profesora de primaria, que también cobra del Estado, y esta le ha mirado entre enfadada y sorprendida. Le ha dicho:
–Irene, ¿no serás liberal?
Con lo que la historia queda hecha un bucle.

(Nota: sean cuales sean nuestras afinidades políticas y nuestros ideales sobre el bien común, el libre mercado ofrece múltiples ejemplos de lo que es capaz de dar y ofrecer por comparación con el sector público. Además, hay otras varias actividades económicas que conservan privilegios concedidos, en ocasiones, hace varios siglos. Sería interesante poder vivenciar el efecto que tendría la libre participación de toda la gente emprendedora en otros muchos sectores. Basta pensar en las farmacias, los estancos o los taxis para empezar a abrir boca. Puede que sea un error pensar que siempre, automáticamente, la iniciativa privada va a resultar más ventajosa para todos, pero resulta demasiado injusto el prohibir su participación por la fuerza.
Irene no entiende de gráficos ni de deuda pública, por eso no sería legítimo meter el siguiente gráfico en su historia. El gráfico no tiene intencionalidad comparativa de ninguna clase, es un dato macro tomado del sitio web datosmacro.com:
Al cierre de 2014, la deuda pública en España ha ascendido a 1.033.958 millones de euros.)