viernes, 1 de enero de 2016

Banco Santander-Central Hispano(americano)

Por más que Parménides insista en que la realidad es estática, esféricamente perfecta e inmutable, no puedo dejar de pensar en lo contrario: la realidad se nos presenta dinámica, multifacética, imperfecta e inevitablemente mutable. Continuamente mutable, mutante, mutándose de unas formas en otras.

La realidad no es una, es una multiplicidad de realidades. O, mejor dicho, la realidad se transforma como una enorme lombriz inacabada e inacabable, en una transformación perpetua, con mil y un vericuetos, con cientos de laberintos, enrollada sobre sí misma con quién sabe qué propósitos o finalidades.

"Juanita es muy XXX", o "A Pepito le gustan mucho las YYY", son frases que estamos hartos de escuchar. Son absurdas de principio a fin. Porque Juanita no es la misma ayer de lo que será mañana, y lo mismo le pasa a Pepito. Esas afirmaciones son, más bien, modos o herramientas, burdas, para tratar de aprehender la realidad sobre Juanita y Pepito. Pero ni Juanita ni Pepito son aprehensibles en un par de brochazos, ni mucho menos. Como cualquier otro ser (animado o no), se trata de entes permanentemente cambiantes que no pueden definirse en una frase estática, como la imagen impresa de estas letras en una hoja o una pantalla.

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En otro orden de cosas, y siguiendo un razonamiento al estilo de Parménides de Elea, concluyo, hoy, a 1 de enero de 2016, el año de mi cincuentenario, que el futuro de la cultura española es, indubitablemente, la incomunicación entre los seres humanos, al menos entre los que pueblan este pedazo del planeta Tierra: si hace treinta años ya había sociólogos que advertían de la alienación que podía acarrear el excesivo consumo de televisión, hoy el asunto se ha desbocado en tal manera con tal cantidad de medios electromagnéticos de todo calibre, que no cabe duda de que la comunicación ha sido, definitiva y sistemáticamente, eliminada.

¿La razón? En cientos de miles de hogares, recién sonadas las campanadas, recién estrenado el nuevo año, con las bocas anhelando besos, con los brazos anhelando abrazos, con los cuerpos anhelando cuerpos tibios, abiertos al beso y al abrazo, ¿qué tenemos, qué observamos? Observamos androides atentos a los ires y venires de las aplicaciones de teléfonos móviles que, paradojicamente, se anuncian como aplicaciones de comunicación. Pero que, a las claras, no son más que herramientas, contundente y radicalmente, de incomunicación.

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Y en un orden de cosas aún más preocupante, pienso que hay motivos más que suficientes para pensar que el futuro inminente de este pedazo de planeta está, no al borde del precipicio, pero sí a punto de llegar a un cruce de caminos en su historia. Momentos catárticos que, por ahora, nadie sabe descifrar con seguridad, pero que a buen seguro van a suponer una tremenda sacudida para las y los habitantes del país. Y a la primera sacudida quizá le suceda una segunda, e incluso una tercera. Dicen los optimistas, en base al famoso juicio de Bismark, que ha habido momentos tan críticos, e incluso más, y que se ha salido adelante. Pero no puedo dejar de pensar que este es diferente. En un par de años lo veremos.