jueves, 9 de marzo de 2017

Borges y la biblioteca de Babel

En su ensayo La Biblioteca de Babel (Ficciones, 1941), Borges idea una biblioteca formada por un número enorme de hexágonos. En cada hexágono, cuatro de los lados están dedicados a albergar libros. En cada lado hay cinco anaqueles que albergan un número no inconmensurable de volúmenes, todos idénticos en forma y tamaño. Cada volumen consta de 410 páginas y en cada página hay 40 renglones. Es decir, cada libro tiene un total de 1640 renglones.

Todos los libros se nutren exclusivamente de las 22 letras naturales, el punto, la coma y el espacio. Estos caracteres podrían ser, por poner un ejemplo, los siguientes (entre otras muchas posibilidades):
a b c d e f g h i j k l m n ñ o p r s t u y . ,

más el espacio vacío.

Cada renglón está compuesto por una combinación cualquiera de estos 25 caracteres alfabéticos. Puesto que cada renglón consta de 80 caracteres, las posibles combinaciones de los 25 caracteres alfabéticos agrupados de 80 en 80 son enormes, pero no infinitas. Las reglas de la combinatoria son claras:

Es decir, en cada renglón hay algo menos de setecientos mil millones de posibles combinaciones. Barruntemos algunas de ellas:

gocémonos, amado, y vámonos a ver en la espesura, al monte y al collado, do mana

Se nos cortó el verso de San Juan de la Cruz. Probemos otro:

gocémonos, amada, y vámonos a ver en la espesura, al monte y al collado, do mana

En esta variante el objeto amoroso es femenino, un bonito detalle. Otra variante:

gocétoros, amado, y escolio termi en la espesura, lo monte e lu colmado, to rana

O bien,

imimemimioamimemiiioaiineminioiiimemiaioaaimemimioamimemimioaai.e.i.ioa.i.emimii

En total, setecientos mil millones de combinaciones. Podéis probar con las que más os gusten.
Un poco más de matemáticas: puesto que en cada libro hay 1640 renglones, el número de combinaciones posibles, es decir, el número de libros que componen la biblioteca borgiana de Babel es, ni más ni menos…


Este número es tan descomunal que es difícil que encontréis una calculadora con un resultado distinto de infinito. Pero no es infinito, ni mucho menos. Aquí se intuye la genialidad del autor: no se trata de algo imposible. La construcción de la biblioteca sería laboriosa, muy laboriosa, pero en absoluto imposible.

Lo sorprendente de todo esto es que la susodicha biblioteca no solo alberga todos los libros, cartas, diarios, ensayos, poemas, etc., que hayan sido escritos en castellano o español, sino en cualquier otro idioma europeo, americano, asiático, africano o de donde imaginéis. Cualquier combinación de caracteres que se os ocurra, en el idioma que sea, real o inventado (ya sea por Tolkien o por cualquier otra persona) están contempladas en alguno de los volúmenes de la biblioteca de Borges. Jajajaja… esto es sencillamente desternillante –un poco enloquecedor– y al mismo tiempo muy estimulante.

(Nota para los muy puntillosos: si pensáis en un idioma cuya fonética es mucho más rica, pongamos por caso, que el castellano, no debéis recelar demasiado: bastaría con insertar unas cuantas páginas al principio de cada libro, una codificación, donde se especificaran esas posibilidades fonéticas no contempladas. Hay tantas posibilidades con esos 25 caracteres que en absoluto son necesarios más; pensad que en informática todo funciona a base de ceros y unos.)

Borges indaga en el concepto de infinito, aplicado tanto al espacio como al tiempo: imaginad todas las obras perdidas de Herodoto, de Euclides o de Epicuro, perdidas durante tantos siglos. Todas ellas están en alguno de los volúmenes de la biblioteca. Para obras de gran tamaño, como las de Herodoto, quizá necesitemos unos cuantos volúmenes; pero todo está ahí, en orden y punto por punto. Imaginad a continuación todas las obras que están por venir, todas esas maravillosas novelas, ensayos, cartas apasionadas, artículos de prensa, libros de divulgación y de autoayuda, efímeros o eternos... Todo, simplemente todo, está incluido en la biblioteca.

Las posibilidades son casi infinitas. Pensad ahora en todas las posibles ediciones facsímiles de cualquiera obra, presente, pasada o futura, imaginaria o real. En esa copia de tu relato favorito en que la letra b de la tercera aparición de la palabra cascarrabias se transformó por un error de imprenta, o de otro tipo, en una p, una t o una h. O en esa versión cutre, barata, que se vendía en kioscos de barrio pobre, donde desaparecían párrafos enteros, o capítulos enteros. Todas las versiones posibles, imaginadas y por imaginar, están en la biblioteca. ¿No es desternillante?

Esta es una manera a un tiempo sencilla y compleja de hacer transitar la literatura por el campo de la matemática y hasta de la metafísica. (Inciso: me encantaría un vis a vis entre Sheldon Cooper y Jorge Luis Borges. Creo que el primero se sentiría fascinado por el ensayo del segundo y seguro que algo aprenderían mutuamente.)

Pero además, Borges plantea el asunto de la “semiótica”. No contento con las inalcanzables posibilidades que nos plantea la simple combinatoria, da una vuelta de tuerca y plantea lo arbitrario que es asignar un determinado sentido a cierta palabra. ¿Por qué «vaca» debe significar un mamífero cuadrúpedo, y no «ordenador», «escozor» o «cualquiera»? Acto seguido, nos cuenta que «algunos bibliotecarios sostienen que los libros nada significan en sí». Esto es supremo, magnífico: Borges, con un par de agallas, rebate el edificio completo de la literatura (y, más allá, de todo lo escrito) y plantea su sentido relativo. ¿Por qué ha de tener más sentido un soneto de Garcilaso que la sucesión repetida, pongamos por caso, de los tres caracteres r, i y p?

No deja de ser un convencionalismo asignar valor al soneto y menospreciar el discurso ripripripriprip… ¿Y si este último fuera la clave para entender el universo? ¿Y si fuera el mantra eterno? Aún si no fuera este último el caso, ¿por qué no asignarle ese valor? Jajajajaj…

Es absolutamente imperdible la imagen de las personas que, conscientes de que en algún lugar de la biblioteca hay un libro defendiendo (vindicando) su valía, se entregan a la quimérica tarea de encontrarlo. Otra imagen: la de aquellos humanos que juegan a dioses tratando de componer, siguiendo las leyes del azar, el libro canónico, algo tan improbable como lo anterior.

Aventuro que en Argentina o en otros sitios ya se deben haber establecido paralelismos entre Internet y la biblioteca de Babel ideada por Borges. Pero su libro fue escrito en 1941 (¿les suena la fecha?). Borges conoce «distritos» donde los jóvenes se arrodillan ante los libros y besan con barbarie las páginas, pero no saben descifrar una sola letra. Siento escalofríos al pensar en esta imagen, porque cabe la posibilidad de que sea, bien entrado el siglo XXI, más actual que en 1941.

Desde la casi total ignorancia de su obra, me atrevo a decir que los grandes escritores, los enormes como Borges, son capaces de aprehender detalles o aspectos del universo entero con cuatro pinceladas, o con un simple ensayo.

Me encantaría conocer las opiniones que se hayan escrito sobre este relato. Podéis imaginar que en algún lugar de la biblioteca están todas ellas. Sería divertido hacer una excursión a la biblioteca con esas personas, bien pertrechados para tratar de localizar el volumen o volúmenes donde se encuentran todos ellos ordenados por fecha, desde 1941 hasta el presente. Eso sí, no deberíamos olvidar lo más importante: una buena dosis de paciencia, ropa casual y calzado cómodo.