domingo, 1 de octubre de 2017

Sangre

Bajo el pulso de esta pelea de gallos (“¡Yo hago esto porque me sale de los huevos!”; “Pues no lo haces, ¡porque no me sale de los cojones!”; etc.), de escaso interés pero enorme audiencia, subyace un racimo de emociones y sentimientos enconados (“Yo soy mucho mejor que tú, ¡dónde va a parar!”; “¡Anda, cretino ignorante, no sirves para nada, ¡vete a tomar por culo!”, etc.), que crecen y crecen como la espuma. El pulso es irrelevante —ganará uno, ganará el otro, ganarán o perderán los dos, da igual—, pero los prejuicios dañinos, las valoraciones perversas, los odios desatados solo conducen a una cosa: más violencia y más odio, nacidos en gran parte de la “ignorancia recíproca”. Las heridas físicas son normalmente fáciles de curar, normalmente basta con aplicar la cura adecuada y esperar; los desprecios de sangre, al estilo del que sienten los Heredia hacia los Montoya, solo tienen un arreglo: la generosidad mutua. Pero parece que andamos todos muy tacaños de generosidad.